lunes, 22 de junio de 2015

Como tener una casa parisina estés donde estés. Sobre decoración chic y otras cosas






Detrás de la dulzura de su voz y su sonrisa se esconde una mujer obstinada y cabezota. Una mujer dispuesta a teñir su mundo de azul de principio a fin.
Un azul hermoso que se sitúa entre el color de sus ojos y el verde de las olas que bañan su casa. Un azul tranquilo, pausado, sereno.
Una mujer hospitalaria, ordenada, casi milimétrica.

Una vez más, paseo su casa con la mirada y con el objetivo.

Recuerdo la primera vez, las estanterías repletas de libros hasta el techo, la moqueta en el suelo impecablemente limpia y cálida. 
Los radiadores de hierro mostrando sus tuberías con orgullo por toda la casa. El calor, ese que se filtraba a través de ellos y que provenía del centro del edificio. Era invierno
 



Recuerdo armarios invisibles en el pasillo, totalmente integrados en el plano de la pared, siempre me costaba encontrarlos.
El baño, pequeño, y le toilette, con habitación propia, nunca compartida.
Su champú, ese olor a melocotón de Garnier, y un espumoso gel de Yves Rocher perfectamente colocado en el estante que sobresalía de la bañera



El verano pasado volvimos a su casa en  París. Aún  guarda con cariño el gato que pusimos en su vida hace ocho años, regalo de sus adorados sobrinos. Por él no pasan los años, presiento que vive feliz en esta casa




 Compartimos mesa en su cocina, donde el color Burdeos es el protagonista. No podía ser de otra manera, todo queda en Francia.
Allí saboreábamos por las mañanas unos madrugadores y dulces desayunos con auténticos croissants recién hechos empapados en café au lait .
Al atardecer, unas cenas tempranas, en las que simplemente nos acompañaba una deliciosa y olorosa tabla de foie et fromage y un tinto terrenal






Desde el soleado salón divisabamos la Tour Eiffel, las gárgolas de Notre Dame, y hasta un imponente castillo digno de Napoleón Bonaparte... o quizás solo eran las copas de los árboles y el sonido del viento lo que nos hacía creer esto.
¡Qué más nos daba! ¡teníamos París entero a nuestros pies!

El viejo Renault descapotable nos mostraba la Francia más amable, al pasar delante de la Gendarmerie y la Boulangerie.
Pasan despacio las horas en París, creo que los franceses le tienen tomado el pulso al tiempo.




Regalarle algo azul a una parisina es una apuesta segura, te lo digo yo.
Ellas no son como nosotras, no recojen los muebles de la terraza aunque llueva, los dejan allí, quietos, y observan  la belleza de las gotas de agua mojándolos, ni siquiera se molestan en secarlos.

Mantienen largas conversaciones telefónicas con sus vecinas en las que solo alcanzas a escuchar un dulce "ouais, ouais"
¡Nunca jamás usan wasap!



Convendría decir que en un perfecto francés con acento español mostró, como siempre, su Savoir Faire y su C'est la Vie.

La estancia cada año se hace más agradable, y yo creo que cada vez que la visito me vuelvo un poco más parisina, a lo mejor por eso me he lanzado a leer el libro perfecto para la ocasión "Cómo ser parisina estés donde estés-amor, estilo y malos hábitos", discretamente recomendado por una mujer dulce y sensible como es Anna Drimvic, estoy inmersa en su agradable y mordaz lectura por si os interesa

Merci Ophélie et ¡à bientôt!




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