Lo que empezó como un pequeño arreglillo en nuestra casita de la montaña, terminó con una reforma en toda regla: antiguas vigas vistas, paredes de piedra, cocina de madera, chimenea gigante, columpio en el castaño centenario, barbacoa... y claro, poco a poco el interior se ha ido llenando también de objetos antiguos cargados de valor sentimental, algunos propios y otros que nos han ido regalando.
En esas estábamos cuando se me metió entre ceja y ceja conseguir una vieja pala de panadero para colgar cerca de la chimenea.
Y así fue como ella llegó a mi vida hace ya unos años, negra, quemadita de tanto entrar al horno de leña para hacer pan casero.
Me la regalaron amablemente en mi pueblo, un panadero de los de toda la vida, eso y una sincera y recíproca sonrisa.
Hubo que lavarla y encolarla para que luciese bonita, peeeeero...
... no acababa de encajarla allí, o quizás era que me gustaba tanto que en realidad no quería dejarla allí, quería traérmela conmigo a casa. Y se vino.
Y permaneció en el olvido hasta que descubrí a Millie Fairhall y sus preciosas cheeseboard. Entonces recordé mi pala de panadería e inspirándome en sus tablas hice mi propia versión.
Pintar me gusta, me relaja, pintar pequeños detalles de esos que me obligan a mantener el pulso firme y concentrado, y a la vez poner música y olvidarme del resto del mundo mientras canto a grito pelao (mal, pero canto) ;)
Primero una linea, después otra, un punto aquí, una rayita allá, poco a poco fui llenando mi pala de colores suaves partiendo del Original Chalk Paint que me traje de Maow, y finalmente... ahora sí, ahora siento que es lo que siempre quiso ser.
¡Y se ha ganado un puesto de honor en mi casa!
¿Os gusta como me ha quedado?
Feliz semana amigos